Tenía yo unos 10 años más o menos. Lo cierto es que en mi casa no había muchos libros. Entonces la literatura infantil y juvenil no tenía el auge que tiene hoy en día. Había tebeos, eso sí, pero pocos libros y no al alcance de todas las economías.
Se mantenía la costumbre, que ahora creo que se ha perdido, de darse a conocer a los nuevos vecinos. Y a mi casa, concretamente al piso de abajo, llegaron una pareja de recién casados. Cuando fuimos a saludarles, yo me quede literalmente “enganchada” ante una enorme librería que ocupaba todo el salón, a rebosar de libros. Mi vecina, al darse cuenta, me dijo: “Puedes bajar cuando quieras y te llevas uno o dos libros. Bueno, mejor empiezas ya, eligiendo uno”. Siempre he sido un poco tímida, así que para no quedar mal, alargué la mano y cogí el que estaba más cerca de mí en la estantería. Resultó ser un libro sobre viajes en velero, de un tamaño considerable.
Todos me miraron incrédulos, pensando que no llegaría a leerme aquel libro, pero no solo me lo leí, sino que además me gustó. Lástima que con el paso del tiempo haya olvidado su título, pero gracias a él descubrí que existían otros mares además del Mediterráneo o el Cantábrico, gentes que tenían otras costumbres, y la clase de Geografía del colegio empezó a cobrar un significado diferente, más allá de tener que saberme de memoria ríos, cabos, etc. Bajé muchas veces a casa de mi vecina, que me fue guiando con cariño y con criterio en la elección de los libros que fueron haciéndome crecer por dentro, de la misma forma que crecía por fuera. Y también me quedé leyendo muchas noches, dentro de la cama, con una pequeña linterna, cuando supuestamente debía estar dormida.
Con el paso de los años, yo fui eligiendo mis propios libros y creando mi propia biblioteca, ayudando a mis hijos a amar la lectura de la misma forma que yo la amaba, a sus amigos, a mis vecinos, a mis amigos, en recuerdo quizás de aquella persona, María Rosa, que introdujo en mí el gusanillo del amor a la lectura.
Luego conocí a Montserrat Sarto y ella transformó ese amor a la lectura, añadiéndole una visión, diría yo, de calidad. Con ella inicié un proyecto de creación de una Biblioteca en una parroquia de Madrid, Nuestra Señora del Santísimo Sacramento, y gracias a ella aprendí conocimientos técnicos sobre organización, catalogación y clasificación de libros, las corrientes de la literatura infantil y juvenil, los valores que transmitir a través de ese amor por la lectura, pero, sobre todo, a convertirme en un intermediario entre los libros y las personas que me rodeaban, niños y adultos.
Y esto quiere ser este espacio: un lugar para plasmar impresiones sobre la lectura, el libro, lo que nos aporta. Releer libros que duermen en un estante, a la luz de nuestra actual realidad. Descubrir otros que nos han podido pasar desapercibidos. Conocer los libros de cabecera de otras personas. En pocas palabras: leer para vivir.
Cristina Monje Fuentes