El diálogo a propósito de “La prensa en la escuela” continuó todavía. Asomó entonces en él, aunque únicamente de soslayo, otra figura clave en la trayectoria de Montserrat:
—Fernández Pombo, Alejandro, que ya le conoces, participó en este curso.
En efecto, yo había visto a Fernández Pombo en varias ocasiones, cuando este acudía a las reuniones del consejo de redacción de la revista Supergesto en la Dirección Nacional de las Obras Misionales Pontificias. Si hablé con él alguna vez, fue simplemente para saludarle, pero se ve que no hacía falta mucho más para detectar la exquisita corrección y cordialidad de quien había sido director del diario Ya y fue luego presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid; cerca de él, uno se sentía ante una persona seria, en el mejor y más noble sentido de la palabra.
Tiempo habría de hablar de “Alejandro”, como ella le llamaba habitualmente. Por ahora, Montserrat no se detuvo y se puso a hacer memoria de algunos otros profesionales que participaron en esa formación.
—Eran periodistas ya muy hechos, ¿eh?… Yo solía añadir la parte educativa de todo esto, y salió un curso precioso.
Desde luego, Montserrat se sentía satisfecha de aquella propuesta y no renunciaba a soñar con revitalizarla.
—Las dos carpetas grandes las tengo, de material.
Aproveché para preguntarle si Francisco García Novell había tenido alguna relación con este curso. García Novell había sido, como ella misma, socio fundador de la Asociación Española de Amigos del Libro Infantil y Juvenil, de la que más adelante se convertiría en presidente. La pregunta venía porque el programa La semana —informativo infantil y juvenil que él había dirigido y presentado en televisión y que a mí me fascinaba de pequeño— solía hacer referencia a la prensa escolar. Montserrat me aclaró que no, señalándome la relativa juventud de él cuando iniciaron el curso, en los últimos años de Franco.
Se refirió entonces nuevamente al padre Cubells y a su “gran cabeza”:
—Fue la base de todo este curso. Porque él tiene una inquietud, y además está suscrito a boletines y revistas y periódicos franceses, que son los que pueden venir mejor para conocer y tener más pistas de todo. Recuerdo que allí pidió una vez una cantidad de plantillas y de cosas para poder trabajar la prensa en la escuela. Y nosotros nos apoyamos en aquellas ideas y en las que queríamos realmente difundir. Fueron muy bonitos aquellos cursos; fueron unos cursos interesantísimos.
A propósito de esto, apunté que poder contar con una formación así —“sobre todo, selectiva”, me recalcó— era más necesario que nunca, en una sociedad de la información en que, por exceso de esta o por su mala calidad, estábamos menos enterados e interesados que nunca respecto a temas muy importantes. Todavía no había llegado el mundo de las redes…
—Es paradójico que, disponiendo de tanta información, estemos menos alerta como lectores y receptores para saber valorar si nos están dando gato por liebre o no —le dije.
—Ahí está, ahí está.
Salieron todavía a relucir cabeceras de diarios, nombres propios vinculados al periodismo, y asuntos como la voluntad de independencia en la prensa y las presiones que esta sufre.
—¿Sabes qué es lo que condiciona más? El capital que pueda sostener un periódico.
Y hablamos y hablamos… Unas cosas nos fueron llevando a otras y, cuando nos quisimos dar cuenta, “nos estamos desviando”, me dijo ella riendo.
Rafael Santos Barba