Tengo la casa llena de libros. No hay ninguna habitación de mi casa sin libros. En general, se puede decir que están ordenados por materias, pero no del todo; tal vez porque una de las cosas que más me gusta es pasear la mirada por ellos y descubrir de pronto algún intruso o alguno del que tengo un recuerdo impreciso.
En los últimos tiempos he vuelto a encontrar algunos de rabiosa actualidad, pese a que hace años que fueron publicados, sobre todo del género de ciencia ficción. Medio perdido entre las novelas de misterio, descubrí, y volví a leer, un libro de Enrique Rojas, que ahora se prodiga también en redes sociales, y que se publicó por primera vez en octubre de 1992. Un libro que el autor define como de denuncia en aquel momento: El hombre light.
Define la sociedad de aquellos años, en los que empiezan a ponerse de moda los productos “sin” (sin alcohol, sin grasas, sin calorías…), como la cultura del instante. En ella no se dan grandes entusiasmos ni grandes rebeldías, porque necesita que las cosas sean suaves, ligeras, sin riesgos. Es la cultura del usar y tirar; su meta es agradar a todos, el bienestar particular, caiga quien caiga, pasando por alto la verdad, verdad que solo se reconoce a través de los medios de comunicación y no como un ejercicio de búsqueda interior. Una sociedad que tiene abundancia de cosas materiales y ha reducido al mínimo lo espiritual.
(Me viene a la memoria otro libro, La agonía del hombre libertario, de Aquilino Polaino, que apunta que la sociedad padece el “síndrome de la cebolla”: “Hacer para tener; tener para consumir más; consumir más para aparentar una imagen mejor; disponer de una mejor imagen para hacer más”).
Ha pasado mucho tiempo desde que se publicó El hombre light, pero nuestra sociedad no parece haber cambiado demasiado. En el último año, es cierto que hemos descubierto nuestra fragilidad y que, debido a ello, en el mundo desarrollado hay cada vez más temor a potenciales amenazas y más desconfianza respecto a la capacidad de superarlas. Esta cultura del miedo promueve continuamente la idea de que nuestra seguridad depende de abandonar alguna de nuestras libertades.
En ese libro Enrique Rojas nos proponía recuperar el humanismo, porque cada hombre es una promesa, acercándonos a la sabiduría clásica, al amor por las tradiciones, a la vuelta del pensamiento cristiano. Amor, trabajo y cultura. Y libros que nos abran la mente, que nos ayuden a tener criterios morales, a crecer como seres humanos para construir juntos una sociedad diferente, que no se parezca a la que define Discépolo en su tango “Cambalache”.
Coloco de nuevo el libro, con las hojas ya un tanto amarillentas, en el sitio donde lo encontré, no donde debería estar, confiando en que alguna persona de las que pasan por mi casa, o yo misma, lo descubra dentro un tiempo y al releerlo se alegre de no encontrar parecido a la sociedad de 1992 con la que será la sociedad de ese momento.
Cristina Monje Fuentes