Lo último que hago antes de dormirme cada noche es leer. También era lo último que hacía con mis hijos, y ahora, con mis nietos. Eso, antes de apagar la luz y desearles que sueñen “con los angelitos y con…”. Evidentemente, el “con…” se corresponde con lo leído: piratas, hadas, héroes y un amplio repertorio más.
El libro que uno de mis nietos había elegido el pasado sábado para esa lectura gratificante de última hora de la noche se llamaba La Verdad según Arturo. Es un álbum ilustrado infantil, editado por Combel en 2016, que trata de una forma absolutamente divertida el tema de la mentira.
Aunque mis nietos pequeños ya saben leer, prefieren que otro les lea. Suelen escuchar con atención, hacen preguntas, intervienen y dan su opinión sobre lo que sucede en el libro. Salvo en este. Conforme iba leyendo, el silencio se instaló en la habitación. Arturo, el protagonista, hace diferentes travesuras y busca la forma de eludirlas, retorciendo la verdad. Cerca ya casi del final, uno de ellos aventuró: “Eso no cuela”, y el otro meneó la cabeza asintiendo.
Terminado el libro, y como seguía el silencio, les pregunté qué les había parecido la historia.
—Bueno —dijo uno de ellos—, pero yo habría dicho la verdad desde el principio, porque esas mentiras no hay quien se las crea. O me hubiera inventado otras mejores —dijo con una sonrisa pícara.
El otro añadió:
—Pues yo me habría escondido, y ya.
Cuando apagué la luz, después de un debate sobre lo importante que es decir la verdad y afrontar las consecuencias de las cosas que uno hace, me puse a reflexionar sobre qué le faltaría a la humanidad si no hubiese libros.
Creo que nos faltaría el arte de imaginar; nos faltarían referentes narrativos que nos permitieran vernos a nosotros mismos como héroes, santos, genios, inventores… Los buenos escritores tienen un don especial para colocarnos, con lo que nos cuentan, ante un horizonte más amplio de lo que podría ser nuestra vida. Nos ayudan a descubrir nuestro mundo interior, nuestros afectos y nuestras posibilidades.
Ponernos en el lugar del protagonista, con sus luces y sus sombras, nos permite entender qué es lo que “nos añade” la lectura. El gran potencial de los libros es que hacen que leamos nuestra historia, la interpretemos e imaginemos lo que podemos llegar a ser. Lo que leo podría pasarme a mí.
Esta reflexión conecta la literatura con la educación; sobre todo, la educación en valores. La gran pregunta ante el relato plasmado en un libro es cómo distingues a los buenos de los malos, y como quién quieres ser. Y el gran desafío es cómo hacer posible, a través de la lectura, un cambio integral de nuestra vida interior, para hacerla mejor. Porque, mejorando nosotros, contribuimos a que cuanto nos rodea, la tierra en la que habitamos, sea un lugar mejor para todos, más justo, más humano.
Los libros, los buenos libros, ayudan a eso. Las grandes historias nos dejan el poso de querer parecernos a sus héroes. Por eso es tan importante transmitir el amor por la lectura a nuestros niños y jóvenes. Y precisamente esa educación en valores siempre fue el eje central de la animación a la lectura en el método de Montserrat Sarto.
Podemos cambiar el mundo, simplemente, leyendo.
Cristina Monje Fuentes