Al hilo de la referencia al padre Cubells, Montserrat se detuvo para hablarme de ese curso sobre “La prensa en la escuela” en cuya elaboración él había participado. Lo hizo con entusiasmo:
—Ese curso se nos ha quedado, no pequeño, porque yo creo que es interesantísimo y lo podríamos resucitar…, porque la necesidad de distinguir la información de una prensa a otra, y las tendencias que puede haber, es más interesante ahora que entonces; pero ya entonces se vislumbraban sutilezas.
Desde luego, ayudar a adquirir una disposición de “lectura crítica” de los periódicos no era nada baladí ni en aquella España a la que se refería ni en esa de comienzos del milenio en la que nosotros estábamos conversando. Y resulta casi inevitable preguntarse cómo afrontaría Montserrat nuestra falta de discernimiento ante los medios digitales de hoy.
Ella continuó:
—… Y después sabías que una letra grande era de periódico sensacionalista, que…; todo esto lo llegamos a estudiar. En esta forma que nos planteamos nosotros de hablar, que venía él aquí o me iba yo al ICCE —el Instituto Calasanz de Ciencias de la Educación, que el padre Cubells dirigió más de treinta años—, estuvimos estudiando toda esta cuestión, días y días y días, hasta que tuvimos el curso tramado, ya para poderlo dar. Y se dieron cursos.
Acto seguido me puso un ejemplo de hasta qué punto se percibía la novedad de este enfoque para aquella época y, seguramente —aunque nos supongamos muy listos—, para esta:
—Yo recuerdo una hija de la Caridad, en un curso que habíamos convocado simplemente, que un día que le decíamos: “Así los niños pueden saber leer el periódico”, me contesta: “¿Los niñooos…? ¡Nosotros! —Montserrat engoló la voz para imitar el énfasis de aquella respuesta, y nos reímos—. Porque decís cosas y hacéis cosas que no se nos hubiese ocurrido nunca”. “Mañana tenéis que traer una regla que tenga centímetros…”. Medíamos con centímetros hasta las extensiones de una información o de un suelto, y hacíamos una labor preciosa. Y se llenaban los cursos uno tras otro. Eso lo hicimos desde la Comisión Católica Española de la Infancia. Es una labor preciosa —repitió.
Luego, a un comentario mío, Montserrat añadió algunas precisiones, distanciándose de otros enfoques:
—Nosotros dábamos una lección de poder aprovechar la prensa para las asignaturas, porque, claro, hay informaciones que tocan distintas materias; pero lo dábamos como una cosa más, una posibilidad más. La base no era eso: la base era saber entender un periódico. Y, en cambio, los que han hecho cosas para la prensa en la escuela, que todavía hay quien lo está haciendo ahora, es al revés: para que los niños puedan aprender las matemáticas de acuerdo con la Bolsa. Bien… —el tono de ese “bien” no indicaba precisamente gran entusiasmo—. Nosotros dábamos como una lección más esto. Pero les enseñábamos a ver una información geográfica, o una información de tipo artístico, o una información… Era distinto.
Una vez más Montserrat, recordando todo esto, se planteó en voz alta la posibilidad de lanzar de nuevo el curso. Pero entonces empezó a considerar, como asombrada de su inconsciencia:
—No sé, yo quiero hacer tantas cosas que pienso, primero, que tengo menos fuerzas; después, que tengo 85 a punto de cumplir ya este verano. Y entonces dices: “Tonta soy, ¿eh?…, qué tonta soy; porque no me dará tiempo”.
—Nunca se sabe el tiempo que hay por delante —le dije—, y no solo eso, sino todo lo que se puede poner en marcha. Porque mira esto mismo: el poder tener estas conversaciones y sacar todo esto a relucir puede ser precisamente una forma de impulsar…
—De impulsar que otros lo hagan —completó.
Rafael Santos Barba